Planilandia: una novela en muchas dimensiones

 Edwin Abbott Abbott fue un longevo teólogo y matemático nacido en la Inglaterra de mediados del siglo XIX.

Este hijo de padres primos hermanos vistió muy joven los hábitos religiosos movido por una profunda devoción y alcanzó importantes cargos, tanto en el mundo académico como en la iglesia anglicana.

A pesar de su prolífica obra teológica de tendencia liberal y de sus activas contribuciones a la gramática y filología inglesas, su obra más conocida es «Planilandia: una novela en muchas dimensiones» (1884), libro que escribió bajo el pseudónimo de A. Square (un cuadrado).

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Planilandia es uno de esos volúmenes mágicos con los que el lector no tiene otra alternativa que sentir un cariño especial. Es imprescindible hacer una consideración antes de leerlo: estamos hablando de una novela que tiene 130 años de antigüedad, y que cuando se escribió, la teoría de la relatividad no se había formulado, la mecánica cuántica era totalmente desconocida y prácticamente ningún físico o matemático tenía el valor para desafiar la geometría euclidiana e imaginar geometrías espaciales curvas, ni mucho menos con dimensionalidad infinita. Hilbert no publicaría sus teorías hasta décadas más tarde.

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Es difícil imaginar cómo estos conceptos (puramente especulativos por aquel entonces) pueden sostener el cuerpo de una novela. Sin embargo, el truco es sencillo, Planilandia es una mordaz sátira social, una brillante crítica de la moral victoriana de la época y de la jerarquía imperante en la Inglaterra de finales del siglo XIX. La novela está narrada con un tono académico que convierte sus poco más de 100 páginas en una lectura sencilla y agradable.

Lo más curioso del libro es que sigue siendo vigente en la sociedad en la que vivimos. El contenido matemático exigía al lector de su época una mentalidad sorprendentemente abierta y aunque hoy en día nos aporta poco nuevo, permite un uso didáctico maravilloso para quien no esté familiarizado con el tema.

Planilandia es un mundo de dos dimensiones, en el que sus habitantes (figuras geométricas planas) son incapaces de mirar hacia arriba o hacia abajo para darse cuenta de sus limitaciones. La élite dominante, una clase superior plenamente autosatisfecha, impone esta estrechez de miras y castiga a cualquiera que cuestione la jerarquía social o que hable de una tercera dimensión.

Las desigualdades son los cimientos de la estratificada sociedad de Planilandia. Las mujeres representan el escalafón más bajo, no tienen derecho a la educación, son tontas e impulsivas y es necesario hablarles en un idioma más simple y emocional para poder comunicarse con ellas, están representadas por líneas (es decir, por una dimensión menos que el resto de habitantes de este mundo).

Por encima de ellas se sitúan los triángulos: los isósceles son obreros y soldados de muy baja consideración, con frecuencia son usados como cobayas de laboratorio y ejecutados cuando existe una remota sospecha de delito; los equiláteros conforman una clase media-baja correspondiente a los artesanos y comerciantes.

Cuando un hombre se reproduce, su descendiente tiene un lado más que él, mejorando su linaje dentro de la escala social, así aparece un tercer escalón  constituido por cuadrados y pentágonos que representan a una clase media-alta, entre ellos encontramos a científicos, abogados, etc.

El vértice de la pirámide está compuesto por la clase noble, polígonos de seis o más lados, sobre los cuales impera la ley impuesta por los círculos, que adoptan el papel de sumos sacerdotes. Fuera de esta jerarquía se encuentran los deformes “irregulares” que tienen ángulos o lados diferentes y que son sacrificados al nacer o aislados de la sociedad.

La historia es narrada por un humilde cuadrado que, tras visitar en sueños los mundos de cero y una dimensiones, se da cuenta de que resulta imposible hacer que  los habitantes de estos mundos abran su mente para aceptar a un ser como él, de dos dimensiones. Estas visitas le hacen reflexionar y plantearse que, quizás, él mismo esté siendo tan obtuso como los personajes que ha conocido, pues jamás valoró la posibilidad de que pudiera existir un mundo de más de dos dimensiones.

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Edwin Abbott abogaba por conseguir la total emancipación de la mujer y otorgarle una igualdad universal frente al hombre, del mismo modo, defendía la instauración de una democracia popular basada el sufragio universal para derrocar la lacra de una clase social dirigente. Estos principios aparecen esbozados con mimo en el relato.

El libro, además, permite un acercamiento fácil e indoloro al concepto de multidimensionalidad, convirtiendo a su autor en un auténtico visionario muy adelantado a su tiempo.

En 2007 se rodó una película titulada Flatland y un cortometraje al que pusieron por nombre Flatland: The Movie, ambos basados en la novela.

Las ilustraciones en blanco y negro pertenecen a la obra original y fueron realizadas por el propio autor.

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