Uno de los objetivos de este blog es, aparte de entretener, como su propio nombre indica, acercar las matemáticas a aquellas y aquellos que lo visitan.
En mi humilde opinión, las matemáticas no deben ser ese cúmulo de conceptos, fórmulas y ejercicios mecánicos con los que se bombardea a los estudiantes en los colegios e institutos. Todo eso lo único que hace es alejarlas de la gente.
No voy a entrar en ese tema ahora, que estoy seguro que daría para muchas líneas de comentarios, y sí quiero hacer hincapié en la importancia que tiene el saber algunas cosas, para poder desenvolvernos con normalidad en nuestro día a día y, sobre todo, para que no nos engañen.
Una de esas cosas que se debería conocer lo mejor posible son los porcentajes.
Y nos podríamos preguntar, como dice el título de esta entrada… ¿Por qué hay que saber de porcentajes?
En estos días se ha hablado mucho en las redes sociales, y se han hecho eco de ello también numerosos medios digitales, del famoso truco de matemáticas que adivina tu edad y tu número de calzado.
Recuerdo, para quien no lo conozca, lo que viene a decir dicho truco matemático:
«En primer lugar, se le pide a la persona que escriba en un trozo de papel su número de calzado, obviamente sin decírtelo. Se le pide que lo multiplique por 5; Después que añada 50; Al número restante se le dice que lo multiplique por 20; A continuación, que añada 1015; Y, por último, que reste a la cifra el año de su nacimiento.
El número de 3 o 4 dígitos resultante es la «mágica» cifra que incluye el número de calzado y la edad del participante».
Como ocurre con la «magia» de tantos prestidigitadores, magos e ilusionistas, es tal cuando se desconoce el truco que se está empleando, pues en el momento que se desvela deja de ser magia para ser simplemente un truco.
En el caso que nos ocupa, el mágico truco que adivina tu edad y tu número de calzado que se ha convertido en viral, radica igualmente en el desconocimiento de lo que se está haciendo, y es eso lo que le confiere ese halo de magia.
Pero nosotros en matematicascercanassabemos matemáticas (y si no, para eso estamos, para que se sepan o se vayan sabiendo) y sobre todo nos gusta pensar, con lo que no hay truco que se nos resista.
En nuestra aventura de conocimiento que es la escuela, en esa travesía que hacemos por la senda de las matemáticas, que en ocasiones parece más un laberinto que un camino, llega un momento en que viajamos por el… mundo de lageometría.
Primero aparecen las figuras geométricas y aprendemos a distinguir entre triángulos, cuadrados, rectángulos, rombos y… ¡óvalos! Y además hacemos dibujos con ellos… la cabeza es un círculo, los brazos y las piernas son rectángulos, los pies triángulos…
Después aparecen otras figuras como los romboides, los trapecios, los trapezoides (que son algo así como los que no son nada de todo lo de antes)… hablamos de polígonos, y hacemos clasificaciones de todos ellos distinguiendo entre triángulos, cuadriláteros (y dentro de éstos paralelogramos, trapecios…)… aparecen los polígonos regulares de más de cuatro lados… y empezamos a calcular áreas y perímetros de todos ellos.
En fin, que parece que la cosa se va complicando, sobre todo si nos hemos perdido por el camino.
En ese mundo que se va levantando a nuestro alrededor la figura de los triángulos toma un papel destacado y, además, decimos que hay triángulos equiláteros, isósceles, escalenos, y también acutángulos, obtusángulos y… ¡rectángulos!
Sí… ¡rectángulos! (con exclamación) porque nos van a dar mucho juego. Buena culpa de ello la tiene la aparición estelar de… ¡El Teorema de Pitágoras!
Ese que dice que en todo triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa (el lado de mayor longitud del triángulo rectángulo, sobre el que está tumbado el hipopótamo del dibujo) es igual a la suma de los cuadrados de los catetos (los dos lados menores del triángulo, los que conforman el ángulo recto).